Manuel Cubías – Ciudad del vaticano

Carlos Castillo, arzobispo de Lima, pronunció este domingo la homilía con ocasión del domingo de Resurrección. Sus palabras describen el camino de los primeros cristianos y de la Iglesia para asumir la experiencia de la vida que nos transmite el Resucitado. La puerta de entrada es la noche oscura: “Una Iglesia que empieza a amanecer, después de la noche oscura de la muerte de Jesús es una Iglesia que ha caminado mucho con Él durante toda su vida, y sabe que, si debe seguir caminando, deberá reencontrarlo en cada oscuridad, tiniebla o situación de muerte”.

Mons. Castillo contextualiza esta experiencia de muerte, refiriéndose al texto evangélico de Juan: “La Iglesia de Juan escribe su Evangelio alrededor de los años 90 de la era cristiana. Habían pasado ya 60 años de la muerte y resurrección de Jesús, y después de esa tremenda y esperanzadora experiencia fundadora, las comunidades que continuaron su camino de fe por obra del Espíritu Santo, debieron afrontar sucesivamente otras situaciones trágicas: poco después de Jesús, el reinado de Calígula que se declara Dios; del 66 al 70 ocurrió la invasión  de Tito a Jerusalén y fue destruido el templo: la dispersión de los judíos de cuyas sinagogas participan los cristianos;  la persecución a los cristianos por varios emperadores, la expulsión de los cristianos de la sinagoga en los años 90 al 100”.

De la oscuridad a la luz

En ese ambiente, prosigue el arzobispo de Lima, “La Iglesia de Juan no veía y no sabía a dónde ir, estaba ciega y desalojada. No veía ni podía entrar en el Reino de Dios, se sentía en una oscuridad total y fuera del reino que Jesús anunció”.

Será a través de un arduo proceso que María, Juan, Pedro y los demás apóstoles y discípulos alcanzarán a experimentar en profundidad a Cristo resucitado. María, vio la piedra removida del sepulcro, Juan, “blepea”, es decir, ve con cierta superficialidad; Pedro, en cambio, llega y da un verdadero paso: entra en el sepulcro de veras, y no ve (blepo) sino “teorein”, o sea, mira observando todo, pero todavía no es el ver más profundo, afirma Castillo. Con la entrada de Juan, el discípulo amado, el texto dice dos cosas “vio y creyó”.

La comunidad que da testimonio

A partir de aquí, afirma Mons. Castillo, “la comunidad empieza el camino del testimonio, no pretendiendo identificar el culto o el lugar donde está Dios, sino asumiendo en su ser a Jesús para ser sus testigos, dejándose reengendrar de Jesús, apreciando y comprendiendo que cuando hay muerte se nos da el signo del Señor que vive, y cuando creemos esto comenzamos un camino inédito de creatividad que comienza con el enigma y termina con el testimonio”.

El arzobispo de Lima desde esta experiencia bíblica lee el momento actual: “Hoy que vemos el signo de la muerte arrasar con nuestras sociedades, y nuestras iglesias, es el momento de renovar nuestra fe desde el despojo y el desalojo, desde el miedo y la incertidumbre, desde el sepulcro que, contemplado, es más bien un útero que nos da a luz”.

Y afirma con hondura: “En un día como hoy desde ese sepulcro de muerte, renació la Iglesia y comprendió con hondura que el Reino de Dios estaba más cerca de lo que pensaban”.

Una canción que habla de esperanza

Mons. Castillo recuerda una canción que aprendió en Cerro de Pasco y que se entonaba con un cierto dolor, “pero en el fondo con una gran esperanza, se decía que las lágrimas pueden servir de encanto para resucitar. Solo que el autor no quiere que su amada llore, que no sufra, que acepte la tragedia. Pero al final reclama otra vez la esperanza en medio de la tristeza, solo quiere despertar”.

Cuando me vaya

Cuando me ausente

Tendrás presente

De no llorar

Porque tu llanto

Sirve de encanto

Capaz de muerto

Resucitar

Si por mi tumba

Pasas un día

De mi agonía

Te acordarás

Solo te pido

Vidita mía

No hay que sufrir

No hay que llorar

Dicen que la vida es sueño

Que todos quieren soñar

Sueño yo cosas tan tristes

Que quisiera despertar.

Despertemos pues hermanos en medio del dolor y la agonía. Contemplemos a fondo todas las muertes y dolores de esta pandemia, que allí está muriendo Jesús, pero también está naciendo una humanidad nueva si somos solidarios.  Hay hermanos y hermanas, todavía, muchísimo que hacer.